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Entonces el rey y sus nobles enviaron el siguiente decreto por toda la ciudad:

«Nadie puede comer ni beber nada, ni siquiera los animales de las manadas o de los rebaños. Tanto el pueblo como los animales tienen que vestirse de luto y toda persona debe orar intensamente a Dios, apartarse de sus malos caminos y abandonar toda su violencia. ¡Quién sabe!, puede ser que todavía Dios cambie de parecer, contenga su ira feroz y no nos destruya».

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